miércoles, 12 de octubre de 2011

Confesión

No siento envidia por tus éxitos, pero al verlos precipitarse sobre mis ojos me come la desazón de mis fracasos. Quizá porque tus victorias me hacen recordar que yo también tuve sueños, ilusiones en miniatura con las que viajar, alfombras mágicas de 200cv con las que huir lejos de la miserias más cotidianas.

Soñar, soñar es un paraíso de juncos y gacelas y cuerpos de bestias rosas amándose en la mitad de la nada. Cuando veo que tus hallazgos de niño violento se convierten en arte, creo en la vida, siento que todo merece la pena y una tranquilidad de gaseosa me hace sentir agua, flujo acrisolado, hombre felizmente casado con el mundo. Pero cuando me enfrento al abismo de la creación y no soy más que un tipo amarrado a sus limitaciones, las sombras se hacen bloque, granito impenetrable y todo el discurso se deshace en una papilla de frustraciones.

No creas que esta confesión es una primicia, no voy a ser ni el primero ni el último que caiga mil y una vez del sagrado unicornio. Seguiré agarrándome a sus crines y alzando, en los segundo que me mantenga sobre su lomo, la botella o el poema, incluso la vieja guitarra desventrada. Reciclaré las basuras que nos separan. Me acercaré lo más que pueda y derramaré mis sangres a borbotones, porque al final es lo único que queda.

Ilustración de Horatius

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