sábado, 9 de junio de 2012

No hay nada que me guste más

No hay nada que me guste más que comenzar una frase larga y no acabarla, dejarla inconclusa, en libre crecimiento, así, a medio hacer, escalibada, tierna, dulce tierra abriendo surcos en canal, como el lejano eco insistente. Y en el momento más inesperado, derretir mis ansias sobre la amazonia de su verbo y nadar, nadar con sus adverbios en mente y su adjetivación ligada a mis lecturas, a mis vejeces prematuras, a mis sincopados azules leviatanes y cerezos rojos y violáceos. Pero mentiría si no dijera que también me gustaría poder volar, o cazar junto a la pantera negra y abrir reses en canal, con la mirada clavada en la oscuridad atravesando lo insondable, como una cabalgada incestuosa hacia ningún lugar. 
Locura. Mentiría si no dijera que también me gusta la locura y los locos. Los locos sabios, bravos, ridículos, expertos, sensuales, críticos, borrachos con derecho, libertinos, anarquistas, leninistas o publicistas arrepentidos. Me apasionan esos locos, la bruma lechosa que anega su pensamiento y los zumos de su delirio. De su fuente, la locura, es la tierra prometida. El jardín en el que retozar con la conciencia desatada. También me gusta tumbarme a tu lado allá donde estés. Lamerte y besarte y recurrir a la barbarie del amor si es necesario.
Y eso sí que sí. Me gusta estar rodeado de libros. Hablarles, como el que habla a un niño o a un pájaro muerto. Girar sobre mis pies como una libélula desconcertada y ver libros y libros, y más libros. Murallas de libros. Libros como murallas, o como colchones donde poder reposar y hacer el amor como un lobo, es decir: tomarte como un poseso, rasgar con la dulzura de la lira tu alma y después huir. Lobo blanco, nieve de sangre y una luna alumbrando la mentira de la libertad. 
No hay nada que me guste más que comenzar una frase larga.

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