martes, 18 de diciembre de 2012

Robos y cerveza

Hay días en los que uno es incapaz de juntar dos palabras, y espera, con ojos idiotas, sentado en un parque o delante de la pantalla, a que el fuego del mundo se pose sobre la gracia extraviada de la escritura. Y si la cosa se pone tonta, uno llega a la noche demediado, con cara de pasa, y mil preguntas sin respuestas, como ese coro de buitres que ronda desde el cielo de la conciencia la masa muerta de las ideas. Ideas de plenilunio, ráfagas endebles, agotadas, consumidas en trabajos idiotas. 
Anoche decidí bajar a la calle, como el que baja a un sótano -la noche a veces tiene color de sótano-  y pasear, pasear para ver si así llegaban las palabras, o una novia etérea y arborescente, fugaz. Pero no, no encontré nada de lo que buscaba. Entonces me monté en el metro. Y me puse a pasear y a dormitar en su traqueteo feliz. Y me senté frente a una señora que hablaba con su marido de robos. Y se reía con una carcajada erizada, cada vez que a alguien le robaban la cartera o le entraban en el piso. Y la señora sacó una cerveza de un bolsillo del abrigo y se la bebió de un tirón. Pataplaf!! Y su risa erizada, y su alegría, y las historias de robos, y la cerveza, y ese traqueteo feliz, me hicieron pensar, que nadie me pregunte porqué, en latinoamérica, y me dieron unas ganas inmensas de irme, de cerrar la puerta de mi casa y marcharme, coger un taxi hasta barajas y embarcarme en el primer avión que saliera a Argentina, a México, a Brasil, qué más da. Pataplaf!! Volar, escribir en el avión, desatascarme, vaciarme de palabras en el cielo del Atlántico. Joder!! pensaba yo, qué maravilla, mientras iba en el metro adormecido por ese traqueteo feliz, escuchando a esa señora con risa erizada hablar sobre robos y bebiendo cerveza. 

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