miércoles, 31 de diciembre de 2014


Cuánta droga de palabras, cuánta sin razón y humo. Solsticios que se pudren en el paladar de la nube. En la sangre de la encía duerme el rubio y rojo sin sabor de la amargura. En las secretarías de la lengua pace el miedo, el desencanto, el amor secreto y eclipsado de los días sin fin. Dominada la pereza, suena el timbre de la guitarra, es la campana de la vida. Dulce espuma de cerveza, jolgorio blanco del abismo en busca de quebrantos. La sopa lejana de mi voz extranjera sedienta de convalecencias. Llega el viento abriendo ventanas. Baila con papeles sucios. Después del aullido afilando silencios y hojas secas, brama la voz sabia en la que un día me perdí. Con la cacharrería al completo araño el cielo, pero desoigo las voces que mordisquean mis pies. En el corazón infinito de aquel coche que se aleja,  ciego voy, sin luces ni victorias. 



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