jueves, 23 de abril de 2015


Alguien me escucha. Las palabras también pueden ser silencios redondos y atentos. Mis ojos violentos de cimitarras son la voz de un águila que espera en la cima. Suenan cítaras en su plumaje de vuelo herido. Algo desgarra el cielo. Quizá un rayo ha perdido a su manada. ¿Adónde se fue? Al ojo marítimo de los vientos de levante que endurece piedras, que envuelve el muérdago del vellocino y descansa sobre los merodeos de especies incomprensibles. Yo también ando perdido, entre la espuma del rayo y las gónadas de la bestia. 

Solemnes actos. Me despierto sobre la suave hierba de lugares que no entiendo y que apenas existen. Vuelvo siempre al mismo lugar: a un campo de sangre y amapolas, a la sal y al sembrado de trigo, todavía verde, y llevo mis manos de niño y relámpago abiertas, como quien lee el mundo en la punta de las espigas suaves y sedosas, verdes aún, crudas por dentro. Y aunque son violáceos pasajes, siempre guardo, como un hinojo perfumado,  el último pensamiento para una mujer. 

Una tiranía de melodías me rodea, látigos en las voces a las que siempre quise abandonar. El cuerno de la luna hundiéndose en la noche como un réquiem. Por los campos oscuros de la noche deambulo confuso por el beso áspero de la luz. Las estrellas dormitan su muerte con breves zarpazos celestes. Al fondo de la garganta, canciones y ausencias como restos de carne que se pudrieron durante décadas entre las muelas. 

Déjame saber si soy el mismo que en la película que filmamos al amanecer cuando fugaces vientos reían en la pradera y un zepelín repleto de sirenas vino a abrir la juventud alrededor de nuestros corazones. Dicen que se necesitan hijos para que esto se sostenga, si no todo apesta a perdida y sacrificio o a tiempo tirado entre las columnas de Hércules, donde nunca se pone el sol. Un día nos creímos dioses, pequeños y abruptos animales con cierta alegría circundando nuestros originales cantos y prepucios. 

Con la faca de tedio cortando el aire y dibujando corintios empujo la bruma escondida tras los doblones de mis ojos. Saco a pasear al Niño en Desequilibrio que canta dentro de míLa Diosa que esculpió las fiebres con un cincel plantó sobre la tierra este morder que me devora. Leo en las paredes viejas consignas sin vigencia. Fueron pintadas con las alas negruzcas del corazón de fuego que ahora me dicta estos poemas.  


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