jueves, 28 de enero de 2016

Un sinfín de imágenes en la pantalla, un pie medio fuera de la cama, un libro-dos libros-tres libros con los que dormir en el espacio que antes ocupaba una mujer, una soledad agradable pero que muerde, el silencio abyecto sobre la mesilla de noche, la ropa limpia y doblada, el techo como un cielo de piedra, las fotografías de la pared de un verano en la playa que resultó insuficiente, una almohada bajo la cabeza y otra pegada a la pared, una escena de la película de esta tarde difícil de interpretar, la cómoda sobre la que descansan tarros de perfumes y un osito de peluche de color blanco y una caja de reloj vacía, una notificación de la SER del partido de Copa del Rey, la toalla colgada de la rendija del armario y un bolso negro enganchado a la manilla de la puerta, el espejo de cuerpo entero en el que nadie se mira y la televisión que nunca se enciende o no se enciende desde hace meses, un whatsapp con emoticonos y sin palabras, la melodía de Honeybear, el vecino que mueve muebles a horas intempestivas, una moto que se pierde calle abajo en busca de nuevas formas de velocidad.

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