sábado, 26 de marzo de 2016

Cuando el color blanco arde y se apaga

La habitación es blanca,
tan blanca que se podrían
empujar nubes por las escaleras 
sin consecuencia alguna.
La noche planta vergeles en la boca. 
No hay palabras ni llagas ni besos. 
Sólo raíces buscando paz en la caligrafía de la garganta.
Con el aliento exprimido de la humedad 
refuerzo la pureza del techo y de las paredes.
El blanco es el templo donde todo es posible.
Ruedan voces de harinas variables.
iPhone ha sacado el modelo SE, 
me dice tumbada en la cama con acento religioso, 
mientras trato de averiguar el color que emana de nuestras vidas.
Levanta lunas de levadura
con el movimiento de sus pestañas
y muerde la raza de los corazones.
Bébete el té, la cerveza aquí es cara y escasa, 
con espuma suave de orificios prohibidos y nervaduras místicas, 
canta ciega de silencios desde la orilla de Üsküdar.
Arde en llamas el mar blanco de nuestras sábanas. 
Arde y se apaga. Arde y se apaga.
El barco surca el Mar de Mármara, 
no hay peces, sólo monedas 
de viento cepillándose el cabello.
Qué dulce es el blanco cuando
se acurruca entre los gatos de la ciudad, 
dentro de esos viejos y leñosos espantapájaros.
Las prostitutas del puerto leen con pena a Alejandra Pizarnik. 
Lloran y ríen. Lloran y ríen.
Llevan pintadas las uñas del color de los acantilados. 
Hay quien las sermonea como si fuera el dueño del Cuerno de Oro 
o de sus vaginas de papiro. 
Pasean a los lobos con un cigarrillo en los labios, 
hurgan en los armarios de la ciudad montadas en autobuses.
Las prostitutas son las únicas que pueden hablar con el viento, 
lloran y ríen tumbadas en la arena de sus mejillas, 
sin dejar de pensar en el dinero y en las fronteras de lo indecible. 
Sus faldas vuelan antojadizas, se les suben por las rodillas 
hasta dejar al descubierto las pantorrillas doradas. 
Nadie se les acerca a plena luz del día, 
por eso sus manos danzan eternas cuando conversan.
Qué dulce y amargo es el blanco.
Arde y se apaga. Arde y se apaga.
A la hora de la oración es como si la ciudad 
se llenara de pajaritos con alas de fuego, 
el aire quema y el agua no sacia la sed. 
Brotan plegarias ininteligibles de la nada, 
se adhieren a la camisa rota de la memoria 
y los botones de oro brillan sin contemplaciones. 
No es devoción religiosa, 
es como si todos hubieran bebido del cuerno de la abundancia, 
maná del paraíso, y se hubieran intoxicado, 
me dice ella, desnuda e inteligente, bajo las sábanas blancas.
A las calles de la ciudad le crecen zumos de granada, 
en el mercado se venden cuchillos afilados, 
la gente se deshace de sí misma y se busca y acaricia sus pies descalzos 
y los rezos son plegarias extendidas sobre mapas infinitos.
A veces dan ganas de apartar la vista, 
igual que si pusieran en la mesa un plato de comida rancia.
Hay que ir al norte, allí duerme en una cama de oro el color blanco, 
donde las mujeres lloran piedras y leche y pistachos.
En el norte está el cementerio, lleno de cuervos y de gatos. 
Las tumbas cuelgan de la montaña. 
Suben los hombres a visitar a los muertos y a rezar por sus almas. 
Muchos toman el funicular y se pierden, o acaso, 
me susurra ella al oído, no quieren regresar.
Los gatos y los sepultureros son los más felices del cementerio.
Los cuervos dan un concierto de flauta desafinado 
en las ramas de los árboles, 
graznan negras las podredumbres de este lugar.
Ni las prostitutas se libran de esta tristeza, 
que corre ligera y viscosa entre sus piernas. 
Cuanto más al norte, más puro es el blanco. 
Cuanto más lechosa la herida, más terrible la estampa. 
Más allá de la frontera del norte hay más mares, 
más ríos, más montañas 
y el color blanco que arde y se apaga, arde y se apaga.

1 comentario:

  1. Tus palabras están llenas de observación y belleza. Fuerza poética que tanto necesitamos.
    Te adjunto una dirección por si te apetece ver este blog de un amigo en el que colaboro desde el 2006.
    http://palabreriasdiarias.blogspot.com.es/

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