Desde hace unos meses,
antes de que ella llegue,
limpio el piso y voy a hacer la compra.
Es viernes, el cielo brota
dulce y la saliva suave.
Suele ser el único día que
pierdo en las tareas del hogar.
Cocino algo, más bien poco,
aunque siempre compro vino.
Cuando llega, echa un
vistazo al salón, se abraza a mi cuello y lo huele.
Razones suficientes para dar lustre a nuestro mundo.
Siempre cambio las sabanas,
pero dejo sin poner la funda del edredón.
Entonces ella mueve los labios.
Hace como que se enfada
en un gesto inimitable.
Se pierde durante unos segundos
en el cuarto de invitados
y remueve el armario hasta dar
con la funda adecuada.
Nos miramos, sosteniendo
cada uno por un lado
las esquinas de la funda,
y extendemos, de nuevo
el mapa de las constelaciones.
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