Nadie lo apreciaba
porque todos
eran animales
alados con serias
primaveras de aire.
Caían en un
vertedero de plumas,
como lo hacen
las cenizas de las rosas
fraguadas en verano.
Los ojos eran del color
del semen y de la sangre.
Qué belleza verlos
arder en lágrimas
a la luz de la mañana.
Gestos manchados
por un trébol de dolor.
Volaban voraces
y valientes, como
cachivaches de fuego
en busca del desierto.
Las aristas del cielo
se rompían a cientos
y alguien puso
una peli para disimular.
Morían todos,
uno a uno, ahogados
en el desprestigio
de la cerveza caliente.
Los lobos salieron
disparados con los
colmillos dorados de sarro.
Alguien esperaba a la luz
de su propio entierro
un premio de consolación.
Alguien esperaba a la luz
de su propio entierro
un premio de consolación.
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