martes, 24 de mayo de 2016

Nadie lo apreciaba 
porque todos 
eran animales
alados con serias 
primaveras de aire.
Caían en un 
vertedero de plumas, 
como lo hacen 
las cenizas de las rosas 
fraguadas en verano. 
Los ojos eran del color 
del semen y de la sangre. 
Qué belleza verlos 
arder en lágrimas 
a la luz de la mañana. 
Gestos manchados 
por un trébol de dolor. 
Volaban voraces 
y valientes, como 
cachivaches de fuego 
en busca del desierto
Las aristas del cielo 
se rompían a cientos 
y alguien puso 
una peli para disimular. 
Morían todos, 
uno a uno, ahogados 
en el desprestigio 
de la cerveza caliente. 
Los lobos salieron 
disparados con los 
colmillos dorados de sarro. 
Alguien esperaba a la luz 
de su propio entierro  
un premio de consolación.  


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