Te pensé como garza de fuego
cuando salí a inmolarme a tus pechos
y todavía te intuía en cada calle, en cada
sueño, en cada gota de viaje y alabastro.
Un día tapé tus ojos con el silencio de mis manos
en medio del caos que no nos deja ver.
Aún existían oscuridades luminosas.
Se perdió la maquinaria de los cuerpos enredados,
la piel de escondidos océanos, los papiros de saliva
saltando de boca en boca, en gestos de firme ingenuidad.
Rectas espaldas agotadas de cielo subirán con camisa tardía
por los veranos adormecidos de las manos.
La vida son golpes sobre un yunque de lombrices,
un teatro interpretado al aire de las contemplaciones.
Como la garza morena que huye con frialdad
todo y nada en ti fue vuelo alto.
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