lunes, 12 de diciembre de 2016

La grieta

Se ha abierto una grieta en este día de lluvia.
Brotan rayos en el cielo. Las promesas de anoche
son una barcaza a la deriva. Hay niños jugando en 
el parque a horas intempestivas sobre la tierra sedosa.
Las madres hablan entre ellas, huelen el descampado 
futuro de la navidad venidera. Ese mismo olor se 
desvanece en láminas de arrepentimiento entre los 
gorriones y las hojas caídas de los árboles, como 
un podrido vendaval de ritmos amerindios y confusos. 

Por la grieta escapan los recuerdos, el cielo cambia 
de color, suenan las campanas de la catedral con
un humor vago y distinto. Antes de que las semillas
de la tierra cayeran por el desfiladero del perfume
con olor a pan, comíamos uvas e higos, y la leche
brotaba de la boca de miel con lengua de rosas. 

La ciudad se abre enjoyada en piedras. Vasos de 
plástico abandonados de una fiesta sin fin, en
el puente de Segovia. Del palacio sale una 
bruma militar entre cuellos musculosos de caballos 
de negras crines. En el relinche de una de las bestias
rugen los motores del amor. El sonido incompresible
estremece a su jinete, que en un gesto muestra sus 
pequeños miedos de metal, destripados por los 
buldóceres mentales de una adolescencia triste.     

Es esa grieta por donde se escapa la vida que azuza. 
Se cuelan las tinieblas de unos ojos acorazados 
al dormir, cuando la grieta se cierra como un verso sencillo.  
El olor a incienso de los ascensores, mientras bajo a por el pan, 
purifica el ambiente y prende el blanco tupido de los dientes.
Salta la violencia de la mañana y se tensan los músculos.
Las areolas como raíces de redondez fugitiva arraigan
en el pecho cardenalicio con el que me amamanto.
Dedos de alambique, mentón de reina. 
La grieta se abre paso, nos hace esclavos, nos abduce.  

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